domingo, 18 de octubre de 2009

Efectividad mediática

Efectividad mediática

César Ricardo Luque Santana

Los recientes acontecimientos relativos a la liquidación de la empresa pública Luz y Fuerza del Centro (LyFC) y la desaparición por consiguiente de su sindicato, el SME, han acaparado las primeras planas de los diarios y han sido tema central de noticieros de televisión. Asimismo, han volcado a todas las plumas que escriben sobre análisis político tanto las oficiosas como las independientes. En esta ocasión no voy a hacer un análisis a fondo de este problema porque no tengo los elementos necesarios para ello, simplemente quiero resaltar una serie de aspectos que tienen que ver con lo que señalaba en mi colaboración anterior sobre la desinformación deliberada de los medios electrónicos comerciales que tienen una gran influencia en las masas, y la enajenación a la que someten a las conciencias a través de los diversos programas de entretenimiento que van más allá de ofrecer un sano y merecido esparcimiento, sino que están diseñados no sólo para ser distractores de los temas trascendentes de la vida pública, sino que tienen una intencionalidad política de fomentar la pereza mental y la estulticia.

En efecto, la estrategia de desinformación o manipulación informativa tienen como sustrato la labor de alienación que los programas de entretenimiento frívolo desarrollan, pues la intensidad y extensidad de éstos, así como la falta de alternativas de otro tipo o de otros medios no comerciales, moldean una manera de ser y de pensar de la mayoría de la población, lo que les impide ver críticamente los problemas sociales y políticos, pues ello supone por un lado, tener una cultura política básica para poder tratar la información que se recibe, y por el otro lado, disponer de tiempo para buscar información y posicionamientos contrarios a los prevalecientes o dominantes, que son las versiones de las autoridades que en ocasiones se presentan disfrazadas de noticias “objetivas” o análisis “imparciales”.

En otras palabras, ante el cúmulo de datos y pronunciamientos que nos avasallan constantemente, resulta difícil aún para quien tiene mayores elementos de análisis y suele estar más alerta ante estos embates, indagar más a fondo sobre una determinada problemática en la idea de que la verdad no suele estar en la superficie de la cosas sino oculta en ellas. La situación se vuelve todavía más complicada cuando las fuentes de información alterna son escasas y tiene uno que saber buscarlas. En otras palabras, para alguien que quiera formarse un juicio ponderando los pros y contras de un problema, necesita aparte de tener cierta cultura política o un interés por saber la verdad real, disponer de tiempo para hacerse allegar otra información para contrastarla con la que ocupa una lugar dominante por estar al alcance de todos, pues la cobertura de los medios electrónicos comerciales es tan amplia, que nadie escapa prácticamente a su radio de influencia, al menos en términos de recibir los mensajes que éstos promueven independientemente de que sean ciertos o falsos o se crea o no en ellos o se les ponga duda.

De este modo resulta previsible y patético escuchar a trabajadores ordinarios darle la razón al gobierno de liquidar a LyFC porque se trataba de una empresa ineficiente cuyos boquetes financieros los pagamos todos con nuestros impuestos, pero además, por si fuera poco, se trataba de asalariados privilegiados -se entiende inmerecidamente- que vivían parásitariamente a expensas de erario público. Así las cosas, ¿cómo no enojarse como contribuyente de que haya trabajadores públicos ineficientes que además son premiados? El punto sin embargo sería preguntarse: ¿qué nos consta de todos estos argumentos?, ¿cómo saber si son verdaderos?, o ¿por qué se tuvieron que tomar medidas tan drásticas sin explorar otras soluciones?, etc.

En principio hay una actitud desclasada de muchos trabajadores evidente y lamentable, pues que los ricos y los derechistas festinen una agresión a los trabajadores y a la empresa pública no es novedad. Es decir, hay una ausencia de conciencia de clase en una amplia capa de los trabajadores muy marcada que es fruto no sólo de la mediatización sistemática que realizan los mencionados medios que actúan como actores políticos, sino de la educación formal que produce personas pasivas, que no cuestionan, que no participan, que actúan como súbditos y no como ciudadanos, etc. Asimismo, la falta de alternativas de organización social y política confiables, entre otros factores, redundan en este fenómeno –por lo demás recurrente- donde las víctimas del capitalismo se identifican con sus victimarlos, donde mucha gente apoya a quien los ha perjudicado y lo siguen haciendo, sin que esto tenga nada que ver con el síndrome de Estocolmo pues es otro tipo de patología que corresponde a un proceso de dominación de la subjetividad trabajado a largo plazo y desde muchos frentes por la clase dominante.

Volviendo a las acusaciones que “justifican” la postura del gobierno, sabemos por fuentes alternas que los salarios de los “privilegiados” trabajadores del SME eran en promedio de $ 250 pesos diario, salario apenas decente o decoroso pero que de ninguna manera se puede considerar como significativo o de privilegio si lo comparamos con lo que suelen ganar los regidores, diputados y funcionarios públicos de toda laya, salarios éstos que son verdaderamente insultantes, no sólo por ser altísimos, sino porque muchos de de estos “servidores” públicos son una manada de ineptos y corruptos, incluso muchos de ellos carecen de una preparación académica relevante para ocupar los cargos que detentan, los cuales han logrado por sus relaciones personales y su actitud servil e incondicional con los poderosos. Es decir, se parte de que quienes producen la riqueza no deben de gozar de buenos salarios pero si los que se apropian de ella mediante la plusvalía o la administran como burócratas. ¿Quiénes son aquí los verdaderos parásitos?, ¿no deberíamos escandalizarnos porque existen trabajadores y empleados que perciben sueldos miserables que los condenan a vivir como esclavos toda su vida o de quienes no tienen empleo y por tanto carecen de una forma digna de vivir con sus familias?, ¿tan grande es la falta de conciencia que nos lleva a una insensibilidad ante las injusticias no sólo de los demás sino de las que padecemos nosotros mismos?

Que la empresa de LyFC era ineficiente y tenía que ser apoyada mediante el presupuesto público es verdad, pero también lo es lo que se omite: que a esa empresa pública -como se ha hecho y siguen haciendo con otras parecidas- se les abandona deliberadamente desde el gobierno provocando su deterioro precisamente para poder “justificar” su quiebra y poder convencer a los contribuyentes que son una carga de la que hay que deshacerse, sin decirles que si se privatizan van a pagar más caro por los servicios, ocultando que se propició su ineficiencia por los mismos que ahora se rasgan las vestiduras, que se pretende hacer grandes negocios personales y de camarillas con sus despojos, que en otras ocasiones se ha rescatado con dinero público a empresas privadas que quebraron incluso fraudulentamente (el tristemente famoso Fobaproa que chupa enormes cantidades del presupuesto sacrificando los gastos de educación, salud, etc.). Qué curioso que los legisladores priístas avalen la agresión a un sindicato como el SME, caracterizado por ser democrático e independiente. ¿Qué pasaría si se hiciera lo mismo con el SNTE, el sindicato de PEMEX, y otros como los de la CTM (ligados orgánicamente al PRI) que toda su existencia se han caracterizado por su desfrenada corrupción?

Por último resulta interesante volver sobre la cobertura informática previa al golpe a LyFC y el SME, al interés inusitado de las empresas televisivas de cubrir el conflicto sindical interno y la acusación de un supuesto fraude en sus elecciones internas. Evidentemente, todo ello era el preludio de una decisión ya tomada mediante la cual se preparó a la opinión pública para lo que vino después, un guión que las televisoras en complicidad con el gobierno en turno han repetido durante décadas. A propósito de todo esto me vienen a la memoria unos versos del cantante venezolano Alí Primera que dicen: “La inocencia no mata al pueblo pero tampoco lo salva/Lo salvará su conciencia y en eso me ha puesto el alma